“Con permiso, pero ¿qué estas tomando?” Más de una persona me preguntó eso la vez que me llevé una botella de agua llena con semillas de chía al gimnasio. Los que estaban caminando a mi lado me miraron con curiosidad. “Son semillas de chía, y son bien ricas”, les contesté yo con una sonrisa. ¿Tú las conoces? Si jamás las has incorporado a tu dieta, espero que después de que leas este artículo, ¡te animes y las pruebes!
Descubramos de dónde viene este grano antiguo y cómo se utiliza en nuestra alimentación. La semilla de chía viene de una planta herbácea que tiene sus orígenes en México y Guatemala. Esta semilla, que se consume desde los tiempos precolombinos, fue un componente principal en la nutrición diaria de los aztecas y jugó un papel muy importante en las ceremonias religiosas. Existen historias que aseguran que solo una cucharada de estas semillas era suficiente para sustentar a un guerrero por 24 horas. Hoy en día, la planta se cultiva comercialmente en México, su país nativo, y en Bolivia, Argentina, Ecuador, Nicaragua y Guatemala.
Las semillas se pueden comer como grano mezclado con agua, molidas con harinas o prensadas para obtener el aceite omega-3. Cuando las semillas absorben líquido, la capa exterior crea una película gelatinosa alrededor de la semilla y por esta razón, al mezclarlas con bebidas de frutas, les añaden una rica textura. En México, la chía fresca es una bebida muy popular que se hace con estas semillas, agua, jugo de lima o limón y azúcar.
Estas semillas de chía tan pequeñitas son muy versátiles; las podemos agregar a nuestros dips o a la preparación de galletas y tortas. A mí me gusta usarlas en mi propia versión de yogurt parfait, hecho con yogurt de vainilla, las semillas, fresas y un poquito de miel. ¡Mmm qué rico! También me gusta espolvorear estas semillas (molidas o enteras) en mis ensaladas y cereales.
Ahora sí espero que utilices estas semillas de chía en tu cocina. Pruébalas y ¡dame tu opinión!